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Christmas ergo cogito

Navidad ergo cogito

Ánimo, lo mejor ha pasado,

reza uno de los aforismos más famosos del gran Ennio Flaiano. Quizás también nosotros deberíamos resignarnos y admitir que nuestra «dolce vita» es algo ya muerto, irrecuperable. Tal vez tuviera razón Pier Paolo Pasolini cuando en la segunda mitad de la década de 1950 afirmó:

«Nos encontramos en los albores de la que probablemente será la peor época de la historia del hombre, la era de la alienación industrial».

Si pensamos en nuestro último año de vida, resulta difícil permanecer indiferentes ante la profecía de Pasolini, por lo que la inquietud crece en nuestro interior. La pandemia, al aislarnos, hacer que enfermemos y matar a nuestros seres queridos, ha puesto a prueba nuestra psique y nuestra economía. ¿Es de verdad este nuestro momento histórico? ¿Somos precisamente nosotros, setenta años después, las criaturas condenadas a vivir la peor época de la historia del hombre? ¿Es la era de la alienación industrial realmente nuestra época?

Mi respuesta es que depende de nosotros. Estoy profundamente convencida de que en la vida existe siempre la posibilidad de elegir. Lo que a menudo falta es el valor para tomar decisiones. El valor para cambiar. Puesto que algunas decisiones son duras, conllevan unos sacrificios que no estamos dispuestos a soportar. Esta es nuestra época: la época de la decisión. Es el momento de decidir qué queremos hacer con nuestras vidas y con el trozo de mundo que nos pertenece.

Después de la crisis de 2008, todos sabemos que la palabra crisis también significa oportunidad. Hoy, como entonces, tenemos de nuevo la oportunidad de reflexionar sobre nuestros estilos de vida, nuestra forma de trabajar, nuestra economía, nuestra forma de pensar y de hacer política. Algunas de las propuestas que han surgido para afrontar la actual recesión no son ninguna novedad. Hace ya diez años, cuando alguien hablaba de economía lenta, entre las soluciones propuestas para la recuperación estaban la revolución verde y una regulación más rígida de los mercados financieros. Luego, como suele ocurrir a lo largo de la historia, han prevalecido otros intereses. Las modalidades tal vez hayan cambiado, pero las viejas lógicas de mercado, aquellas que desde hace mucho tiempo devoran el planeta y están al servicio de unos pocos (con demasiada frecuencia el mundo financiero), han resistido. Esa oportunidad se ha desperdiciado.

Pero la desolación de la situación actual nos está ofreciendo otra. Para aprovecharla, no obstante, hace falta un acto al que la cultura de la imagen, el derroche y la indiferencia nos ha desacostumbrado: mirar hacia dentro. Es necesario volver a tomar contacto con nuestra distraída conciencia y saber si aún alberga valores. Porque son esos valores los que se convertirán en los puntos de partida para la reconstrucción.

De manera que este es mi deseo navideño: que sea una Navidad responsable. En los días del covid-19, puede que el sentido común o las normativas nos mantengan alejados de nuestros seres queridos, pero nunca podrán alejarnos de nosotros mismos. El respeto que debemos mostrar por todas aquellas familias que este año lloran la pérdida de personas a las que han amado no puede impedir que reflexionemos.

¿Cuál es el mundo en el que queremos creer? ¿Qué mundo queremos reconstruir? ¿Qué sacrificios estamos dispuestos a hacer? Hay que reflexionar. Antes de ponerse a ello, lo mejor es pensar. Pensar, una actividad que no parece estar de moda. Ese es el deseo que todos deberíamos dedicarnos para el próximo año: redescubrir la libertad de pensar. Libertad, porque sin libertad la civilización está destinada a extinguirse.

Reconstruiremos el mundo, no cabe duda, siempre lo hemos hecho. Pero nuestro desafío no es simplemente reconstruir el mundo: es reconstruir un mundo civilizado.

 

 

 

 

 

Ancilla Bezzi direttore generale

 

Ancilla Bezzi

director general